La culpa es la mejor arma de tortura contra las mujeres.
Ya uno no sabe que hacer, uno con uno mismo, uno con su plato y su vaso, con su silla, más tarde con su almohada, con su frío, su miedo. Uno sin embargo, aprende a estar solo.
Cuando éramos niños, los viejos tenían como treinta, un charco era un océano y la muerte lisa y llana no existía. Ahora veteranos, ya le dimos alcance a la verdad, el océano es por fin el océano, pero la muerte empieza a ser la nuestra.